Un mundo sostenible requiere agilidad empresarial

Los desafíos del cambio climático y la sostenibilidad ameritan acciones más ágiles por parte de las empresas. Pixabay




La agilidad empresarial es una propuesta estratégica integral. Se caracteriza por la flexibilidad, con la que el personal y los equipos son capaces de moverse sin problemas entre sus funciones, disponiendo de los recursos donde más se necesiten en un momento dado.

El mundo de los negocios enfrenta retos cada vez más complejos y dinámicos, y la necesidad de transformarse en organizaciones capaces de mejorar su entorno, tanto desde el punto de vista social como ambiental, es un imperativo competitivo.

Debido a esto, los equipos auto organizados resultan elementos claves, ya que se requieren capacidades de respuesta a los problemas u oportunidades, y de esta manera crear ventajas competitivas. La confianza y el empoderamiento son vitales, por lo que debe haber estructuras subyacentes estables para permitir que los equipos sigan sus instintos y sean espontáneos y creativos. De esta manera, los procesos, la gobernanza y la infraestructura deben existir para habilitar esta cultura de trabajo.

Cuando la dirección busca sólo promover la optimización y eficiencia, se tiene como resultado una organización diseñada para un sistema estable, pero que se le puede hacer muy retador responder a los cambios del mundo actual. La agilidad empresarial o Business Agility es la capacidad organizacional que facilita:

  • - Ajustar sus estructuras la organización y la cultura (colaborar)

  • - Responder con productos, servicios o procesos en ciclos cortos (entregar)

  • - Rediseñar sus productos, servicios o procesos ajustados al cambio (mejorar)

  • - Dirigir a través de la complejidad (reflexionar)

Este paradigma gerencial es una propuesta difícil de aceptar, si existe un apego o modelo mental que busca la certeza a toda costa, por lo que la idea de pasar deliberadamente a una forma de trabajo más incierta, flexible y acelerada puede parecer imprudente o inquietante para algunos, del mismo modo que distribuir el control, la aprobación y la toma de decisiones sería inviable en una cultura centrada en el comando-control y la desconfianza.

Un gran riesgo es la visión cortoplacista, dando prioridad a las reacciones rápidas y las soluciones inmediatas sobre las estrategias medidas a largo plazo. La agilidad empresarial mal implementada puede poner a una empresa en un estado de cambio permanente sin un propósito definido, lidiando con problemas y oportunidades solo a medida que surgen, por lo que esto debe administrarse bien.

En términos generales, los tres mayores obstáculos en el camino de la agilidad empresarial efectiva son el ego, el miedo y la falta de excelencia técnica. Los cambios fundamentales necesarios pueden dar miedo, ceder el control es una perspectiva difícil para los líderes y la falta de previsión continua puede conducir a malos resultados a largo plazo.

Los equipos que implementan esta forma de pensar deben estar dispuestos a planificar, diseñar y mejorar de forma continua. Sus líderes deben considerar cómo crear los espacios, transmitir una visión compartida y acompañar la transformación. La implementación de la agilidad tiene un significado aún más profundo: crear una cultura dónde se valoran las personas, sus interacciones como vías para alcanzar metas estratégicas de negocio, que sean capaces de generar valor a largo plazo, tanto para los accionistas como para la sociedad.

No hay dudas, que se requiere organizaciones ágiles para transformar los desafíos de la sostenibilidad. Sin embargo, las recetas no existen. Sabemos que, como filosofía general, necesitamos enfatizar el valor de iterar rápidamente y con frecuencia para validar o rechazar nuestras suposiciones, promover la inteligencia colectiva, propiciar la transparencia y aprender a tomar decisiones de manera más efectiva.

Ulises  González

Especialista en excelencia operativa y gestión de portafolios, programas y proyectos. Profesor invitado del IESA
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